jueves, 10 de enero de 2013

Arqueología Preventiva en el fondo del pozo




Todos los que nos dedicamos desde hace muchos años a la Arqueología Preventiva (antes urbana, profesional, comercial...) hemos estado alguna vez en el fondo de un pozo. Algunos incluso en pozos realmente negros y sucios fruto de las artimañas de los socios que nos tocaron en su día en la pedrea de las primeras empresas de patrimonio histórico, en el albor de los años noventa del siglo XX. Aunque esta es una cuestión que habrá que abordar otro día...

El caso es que un pozo colmatado es un tesoro para un arqueólogo, pues suelen fosilizar los utillajes de un momento determinado, generalmente cuando se abandonan las casas de las que son parte fundamental. Recordamos los magníficos de cronología hispanomusulmana que se abrían bajo la calle Bailén de Madrid, a cuyos diez metros de la profundidad descendíamos por los “pates” originales, aunque asegurados por un torno en superficie del que pendía un fuerte cabo. Tampoco podemos olvidar otros dos situados en c/ Juan Bautista Topete 8 de Guadalajara, uno de ellos bajomedieval que proporcionó un lote de cerámicas vidriadas de bastante interés y otro, fechado a inicios del siglo XX, seguramente en el momento de construcción del edificio anterior al que acaba de concluirse.

En este punto del discurso habrán adivinado que hoy no proponemos un ejercicio de recordatorio de los pozos que nos han salido al encuentro en nuestra vida profesional, sino del “pozo” en el que se encuentra nuestra profesión en estos momentos. Ya hemos apuntado en algún momento que en la década pasada el movimiento de tierras generado por los proyectos urbanísticos, edilicios y de implantación de infraestructuras, ha sido verdaderamente desmedido, como hemos el proyecto de triplicación de la superficie de algunos cascos históricos de pequeños pueblos toledanos, superficies sobre las que realizamos los, en su caso, preceptivos proyectos arqueológicos preventivos y como a día de hoy, revisitando la fotografía aérea actualizada, presentan unos impecables trazados urbanos y ni un solo edificio construido. Naturalmente los magníficos olivares sobre los que se trazaron las calles ho visto triplicarse y agonizan heridos de muerte...

La profesión en un pozo, del que además ni siquiera vemos agua al fondo, sino la negrura más absoluta. En este sentido hemos de abordar el año que se inicia olvidándonos de las macroexcavaciones “tipo Ur” parafraseando al profesor Vicente Lull, que citaba este modelo de excavación en una conferencia en el Museo Arqueológico Nacional a inicios de los años ochenta pasados. En aquella ocasión se refería al tipo de excavación sistemática que se desarrollaba en la época, generalmente promovida por departamentos universitarios y que una década después fue sustituida por la puesta en marcha de los intereses de tres “colectivos” como se dice ahora: entidades financieras, administraciones públicas y empresas promotoras y constructoras, los tres mosqueteros que dieron el pistoletazo de salida a unos años en los que literalmente hemos agujereado centros históricos, ensanches de ciudades, plataformas ferroviarias, trazados de gasoductos y autovías, literalmente a mayor gloria de nuestro pasado.

Utilizando de nuevo un neologismo, el modelo anterior no era “sostenible” y ahora es tiempo de la poda y la criba de todo lo aireado entonces y de la – de nuevo palabras que asolan nuestro entendimiento, pero que triunfan en el común - “puesta en valor” de lo identificado, descrito y en su caso recuperado. Y este es el momento de la inversión callada, serena, sin prisas y de quien corresponda o a quién se le permita. No olvidemos la necesidad de una ley de mecenazgo acorde con otros estados donde el patrimonio histórico no es ni de lejos comparable con el nuestro, además de la adecuación de la Administración a los nuevos ciclos económicos.

Un pozo del que sin duda no saldremos si mantenemos la actitud de muchos profesionales de estos tiempos pasados, excavar por excavar y cuanto más mejor, publicar lo mínimo y si es nada mejor, ser guerrilleros de los honorarios profesionales, ora en la cresta de la ola, ora en la “arqueología del bocadillo”. Y quizás lo que es peor, tratando a los colegas contratados como verdaderos perros de presa, mal remunerados y en muchas ocasiones con nulas condiciones de seguridad y salubridad, solamente en aras de la plusvalía que producía el arqueólogo entre lo que él cobraba y lo que se cobraba por él. Se puede decir más alto, pero no más claro.

Amigos y colegas de profesión es momento de seguir apostando por una Arqueología Preventiva que resuelva problemas y si es sin excavar mejor, pero siempre con la honestidad, el rigor y el conocimiento del que debemos hacer gala, sobretodo al tener en nuestras manos y ser intérpretes de los fragmentos que la Historia nos regala de vez en cuando.

1 comentario:

  1. Chapeau! Para quitarse el sobrero...
    ya es hora de que se empiece a hablar sin tapujos.
    Gracias Pepe!

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